jueves, 31 de julio de 2014

El espíritu condenado

    Era un muchacho de buena cuna, cansado de ver como los demás manejaban con antojo su vida.
Aquella mañana, mientras tomaba su café matinal, comenzó a ojear el periódico pero, sin haber pasado de la segunda página, encontró una noticia que llamó su atención, en ella decía “Nuevas muertes en el bosque maldito”
   Su mente se desbordó de viejos recuerdos de su difunto abuelo y aquellos relatos que solía contarle de aquel bosque. Él solía decirle que siendo joven vio como en un pequeño pueblo, a orillas del bosque, vivía una bella mujer con creencias algo extrañas y diferentes al resto.
   Aquellas creencias no gustaban al resto de las gentes del lugar, las cuales acabaron por acusarla de brujería. Ella, afligida y asustada por las acusaciones y amenazas acabó escondiéndose en el bosque.
Las gentes del pueblo fueron en su busca pero aquel bosque se cobró la vida de muchos de ellos. Durante muchos días intentaron adentrarse en aquel lugar pero siempre acaban muertos aquellos que se adentraban.
   Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y los meses en años y con el tiempo aquel bosque se convirtió en maldito, diciendo de él que todo aquel que intentara adentrarse para dañar a la mujer que vivía en él sería castigado.
   El muchacho miraba aquella noticia, hipnotizado por sus palabras, como si una voz susurrante le dijera una y otra vez “ven, ven”
   En ese momento el padre se sentó juntó a él y, como cada mañana, comenzó a hablarle con palabras vanas y pretenciosas, palabras con un solo objetivo, ordenar su día minuto a minuto. Pero el muchacho no podía escucharle, en su cabeza solo estaba aquella voz susurrante.
   No sabía porque, tan solo sabía que tenía ir, quizás era para huir de aquel manejo incesante. Al final se levantó, miró a su padre y con voz firme y segura dijo:
      -Lo siento padre pero hoy mismo me marchó, voy a tomarme unos días y no intentes buscarme pues no estaré disponible.
   Soltó el teléfono móvil encima de la mesa y sin decir más palabras se marchó a su habitación y comenzó a preparar una pequeña mochila mientras escuchaba los gritos incesantes de su padre, gritos vanos, pues para él no eran más que esa leve música de fondo que nunca prestas atención.
   Terminó de preparar la mochila y se dirigió a su Ferrari rojo, comprado pocos días atrás, no sin ser seguido por su padre y sus incesantes voces diciéndole:
      -Como te vas a ir así, tienes una responsabilidad y unas reglas que acatar para llegar a ser un buen hombre de negocios.
   Él, cansado de aquellas palabras, replicó:
      -Padre, el problema es que nunca te has parado a pensar si yo quiero ser ese hombre, quizás no quiera seguir tus pasos.
   El padre, en un ataque de ira y desesperación, dio un ultimátum:
      -Si te marchas da la herencia por perdida, y por supuesto la empresa nunca llegara a tus manos.
   Aquel muchacho de buena cuna miró a su padre con una gran sonrisa en los labios, llevaba tiempo esperando que le dieran dos opciones para tomar.
   Se subió al coche y mirando por la ventanilla contestó:
      -Padre, gracias por permitirme elegir entre tu opresión y la libertad, lo siento mucho pero prefiero buscarme la vida que tener que vivir bajo tus pies- hizo una pequeña pausa -dile a mama que iré llamando para que sepa que estoy bien.
   Dicho esto salió por la puerta con la mirada impresionada de su padre puesta en su espalda.
   El viaje que le esperaba era largo pero, antes de ponerse en marcha, hizo una pequeña parada por el banco. El muchacho había ahorrado bastante dinero, lo suficiente para mantenerse durante un buen tiempo hasta estabilizarse de nuevo, pero sabía que si lo dejaba allí dentro su padre acabaría encontrándole.
   Tardó pocos minutos en sacar el dinero y ponerse en macha, cogió la carretera del este camino hacia aquel pueblo, no estaba seguro por que lo hacía, pero si sabía que lo deseaba, quería entrar en aquel bosque y averiguar que estaba pasando, quizás no sacara nada en claro o seguramente acabaría siendo un muerto más para la gran lista de aquel bosque, pero daba igual, en ese momento todo le daba igual.
   Después de cuatro horas de camino incesante llegó al pueblo que había a orillas del bosque, el lugar donde, según su abuelo, había empezado todo.
   El pueblo era pequeño, algo bueno en esos casos, pues seguramente todos se conocían.
   Entró en la cafetería y, acercándose al camarero, un hombre de mediana edad con una sonrisa permanente en rostro, le saludo y pidiendo una cerveza intentó sacar algo de información:
      -Disculpe amigo, ¿Podría preguntarle algo?
   El camarero le miró y borrando la sonrisa de su cara contestó:
      -Deje que adivine, es un periodista en busca de la gran noticia.
   El muchacho comprendía las palabras de aquel hombre, debía ser desesperante ver como todos los días aparecía alguien en busca del morbo de lo desconocido, por eso pensó que lo mejor sería decir la verdad:
      -No, no soy periodista, solo quería saber...
      -¡Ha ya! Peor aún, un turista con ganas de morir.
   Suspiro profundamente y lo intento de nuevo:
      -Vale, escuche por favor, mi abuelo vivió aquí una temporada y solía contarme una historia sobre una mujer y ese bosque, yo tan solo quería saber que ocurrió.
   El semblante del camarero cambio radicalmente y acercándose al muchacho le preguntó:
      -¿Cómo se llamaba?
      -Elias.
      -¿El viejo Elias?
   El camarero llamó a la mujer y salió de la barra, después ofreció al muchacho sentarse junto a él en una mesa y comenzó a decir:
      -Primero disculpa por mi comportamiento.
      -Tranquilo lo comprendo.
      -Tu abuelo era un gran hombre, y fue uno de los pocos que intentaron, junto a mi padre, que la dejaran en paz, pero casi todo el pueblo se obsesionó, si perdían las cosechas era su culpa, si alguien sufría un accidente era su culpa, incluso si llovía durante la procesión era su culpa, todo era por su culpa, el día que la condenaron quemaron su casa y mataron a sus animales, ella pudo escapar gracias al viejo Elias y otros pocos, pero fue él quien se adentro con ella en el bosque hasta encontrar una antigua cabaña abandonada donde se quedaría ella a vivir, tu abuelo fue llevándola semillas, comida, algunas cabras, pero el aseguraba que las muertes que se sucedían no eran culpa de ella, decía que en aquel bosque había algo más que lo protegía, a él no le pasó nada porque iba sin armas, procuraba no hacer fuego ni dañar a ningún animal.
      -¿Que pasó después?
      -Un día bajó muy nervioso, y dijo que no podía seguir subiendo, después se marchó, con el tiempo la gente dejó de ir al bosque y las muertes pararon pero, hace poco se reanudó la caza en él, creían que todo era una mera leyenda, pero todo comenzó, las muertes volvieron y con ellas aquella vieja historia, mi padre está desesperado, yo era demasiado pequeño y recuerdo todo muy vagamente, pero él, él ayudó aquella mujer.
      -Valla, es impresionante, pero esa mujer ha debido morir ya.
      -Sí por eso dicen que se trata de un espíritu condenado, amigo se lo que quieres hacer y no es buena idea, todo aquel que entra acaba en las afueras muerto.
      -Sí, pero como bien has dicho mi abuelo entró varias veces y salió ileso, él también me enseñó a respetar la naturaleza.
      -Como quieras, pero ten cuidado... Por cierto, ¿Cómo te llamas?
      -Elias.
      -Jajaja, bien es posible que lo consigas.
   Los dos se despidieron y Elias fue en busca del hostal del pueblo, era demasiado tarde para ir al bosque, pero al día siguiente se levantaría con el sol. Sabía que lo pasaría mal pero, había algo allí dentro que le atraía, quizás serían las historias de su abuelo, o tal vez el simple morbo de saber que estaba pasando, pero daba igual, entraría en aquel bosque y quizás, tan solo quizás, conociera al espíritu condenado. (continuará)